lunes, 31 de agosto de 2009

La Trampa



Se sorprendió a si misma atrapada en su propia trampa. Copiosas gotas de transpiración discurrían por sus sienes, se deslizaban lentamente por su espalda, llenaban las comisuras, hasta caer ruidosamente en el piso. Retumbaban con estruendo en sus oídos. Culpable imaginaba el eco de su sonido estallando en el exterior.
Con la mano que tenía libre luchaba por contener las nuevas gotas de sudor que ya estaban dispuestas a recorrer su cuerpo, empapándola, tornando el suave perfume que eligiera por la mañana en una rara mezcla ácida y repelente.
¡Qué extraña la manera en que se transforman las cosas! Aquello que se inicia como una circunstancia lícita, inocente, puede terminar en una situación asfixiante, torturada donde la culpa vuelve a ser la protagonista.
Esa mañana había salido de su casa como siempre, si se quiere más feliz, decidida a hacer algo por sí misma, a gratificarse.
Ahora se ve frente al espejo y le cuesta reconocerse: los ojos desencajados, el cabello desordenado y húmedo, el maquillaje como una burla dibujando grietas en su rostro empapado por la transpiración.
Con lentos movimientos extrae un pañuelo arrugado de un bolsillo y trata de borrar los rastros de pintura, que ahora se mezclan con las lágrimas.
Un patético collage transfigura su expresión que de repente se vuelve risa histérica. Tan solo por unos segundos después de los cuales las lágrimas pueblan sus ojos y se rinde, arrojando el pañuelo al piso. Recién en ese momento da paso a la bronca y el llanto cesa...
Aquí está, inmovilizada, manteniendo un precario equilibrio, ladeando el cuerpo para no caer, aunque concluye que esto es imposible debido a las dimensiones del recinto en el que se encuentra.
Sus pies descalzos sienten el frío que sube desde el mosaico y no termina de comprender porque sus glándulas, aún así, insisten en seguir transpirando. Quizá ayuda para ello, el foco que apunta directamente sobre ella. Ese calor la abraza y la transporta a lugares imaginarios plenos de desasosiego. Vienen a su mente imágenes de rojos intensos mezcladas con pinceladas azules. Llamas danzantes que acarician su contorno.
Además esa presión... La sensación inequívoca de que la piel se hunde y empuja los músculos, que a su vez aprisionan los huesos.
Y otra vez las preguntas: ¿Qué búsqueda macabra impulsa a repetir la misma estupidez? ¿Por qué se vuelve a caer una y otra vez en la misma trampa?
Sin respuestas para sus interrogantes, el tiempo transcurre, indiferente a la angustia y la desolación.
De pronto oye voces que se aproximan. Tiene la certeza de que están hablando de ella, y probablemente vienen a buscarla.
Reconoce una de las voces. Pertenece a la mujer que la condujo donde se encuentra. Solo recuerda que se trata de una muchacha joven, de figura espigada, enfundada en ceñidos pantalones, de ojos inanimados y mirada traicionera.¡Maldita sea! Ya casi está aquí de nuevo.
Debe tomar una decisión antes de que lleguen hasta ella: pedir ayuda o zafar por las suyas.
Toma la determinación: debe hacerlo sola.
Contrae todos sus músculos, inspira profundamente y de un tirón consigue liberarse.
Recupera lentamente el ritmo respiratorio mientras con el pañuelo se seca los rastros de transpiración.
Con un último esfuerzo se pone su viejo jogging y recoge del piso el motivo de sus tribulaciones y causa de todos sus aprietos. Se endereza, toma su bolso y lo más dignamente posible, sale con el vaquero en la mano.
Sin una palabra se lo entrega a la flaca y con paso firme sale a la vereda, al tiempo que escucha decir en un susurro:
- Gorda forra. Se pasó media hora en el probador y al final no compró nada.
Llenó sus pulmones con todo el aire de la ciudad y se metió en el bar de la esquina a tomarse un buen café con leche con muchas medialunas!

2 comentarios:

  1. Está bueno. Consigue sorprender al lector. Saludos

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  2. Muy bien llevado, con un final imprevisto y doloroso, pero sin golpes bajos. Se lee "de un tirón", no decae, me gusto mucho.
    Saludos.
    Jeve.

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